A veces el que menos perdido se siente… es el que más perdido está.
- Karla Maldonado C
- hace 6 días
- 5 Min. de lectura
🌿 Carta abierta a quien no logra ver el daño que hace (y sigue creyendo que es a quien más lastiman)
Hay personas que caminan por la vida convencidas de que todo lo que ocurre a su alrededor es una herida que alguien más les provoca… pero nunca alcanzan a ver las heridas que ellas mismas dejan en otros sin darse cuenta.
No lo hacen por maldad.
No lo hacen por falta de amor.
Lo hacen porque aún no han aprendido a mirarse con profundidad.
¿Conoces a alguien así?
💔 Cuando el dolor interno se convierte en lentes rotos
Muchos conflictos comienzan sin que haya intención de dañar.
Empiezan cuando una persona actúa desde sus propias grietas emocionales:
Reacciona antes de pensar.
Se defiende antes de escuchar.
Ataca antes de reconocer cómo se siente.
Y exige comprensión sin ofrecerla.
Se escuda en heridas del pasado o su infancia
Desde afuera, parece que esa persona “es la que más sufre”.
Desde dentro, no se da cuenta de que su dolor se ha convertido en un filtro que distorsiona absolutamente todo.
No es que quiera lastimar… Es que ya no sabe relacionarse de otra manera.
¿Conoces a alguien así? ¿Quizá eres tú?
Sé que te sientes incomprendido.
Sé que, desde tu mirada, siempre has dado más de lo que recibiste.
Y también sé que te cuesta —mucho— admitir que, a veces, eres tú quien hiere.
No te lo digo para atacarte, sino porque tu dolor también merece ser escuchado… pero no a costa de convertir a otros en responsables de tus decisiones, tus palabras y tus reacciones.
Hay algo que quizás nadie te ha dicho con claridad:
No puedes sanar mientras sigas creyendo que todo lo malo viene de afuera y todo lo bueno viene de ti.
Tienes derecho a sentir heridas y dolor.
Pero no tienes derecho a usar esa herida para justificar cada explosión, cada indiferencia, cada palabra que cortó más de lo que tú imaginas.
Porque sí, duele lo que te hicieron, lo que te dicen.
Pero también duele lo que tú haces… aunque no quieras verlo.
Y aquí es donde empieza la parte incómoda:
Tu dolor no te da permiso para causar más dolor.
Por mucho tiempo has vivido desde este pensamiento:
“Si reacciono así es porque me provocaron”.
“Si grito es porque no me entienden”.
“Si me alejo es porque no me valoran”.
“Si me enojo es porque me lastiman”.
Veces no es que no han tenido un matrimonio con eventos de belleza y abundancia sino que no han sabido verlos y tienen un valorción desde la escasez.
Detrás de esas narrativas, hay una verdad que te has negado a mirar:
No eres siempre víctima.
A veces eres quien hiere, quien manipula, quien controla, quien desplaza culpas…
y quien luego quiere sentarse en el trono del “yo no hice nada” o en el mega trono de “ya pedí perdón “.
Sé que te incomoda leer esto.
Y quizás ya estás pensando:
“Claro, ahora resulta que todo es mi culpa.”
No.
No es “todo”.
Pero sí es tiempo de que mires tu parte.
El autoengaño disfrazado de espiritualidad
Hay algo más profundo que también necesitas ver:
Cuando dices:
“Ya pedí perdón, ahora es la otra persona quien me rechaza y me hace daño. Yo ya lo puse en manos de Dios”, quizás crees que eso te libera de responsabilidad… pero en realidad te aleja más de la transformación que tanto dices querer.
Porque la fe no es un justificante para no cambiar, y “poner todo en manos de Dios” no sustituye la parte humana que te toca trabajar.
La oración no reemplaza la responsabilidad.
La espiritualidad no borra las consecuencias.
Y la religión no es una coartada para seguir igual.
A veces te escondes detrás de tu fe para no enfrentar lo que te incomoda aceptar:
que pedir perdón no basta,
que sanar requiere acciones,
y que transformar tu carácter es un proceso profundo, no un trámite espiritual.
Dios no hace tu trabajo interior. Eso te toca a ti.
El ciclo que no termina porque necesita que tú elijas terminarlo
Porque mientras sigas sosteniendo esta postura de:
“Sí, hice mal… pero ya pedí perdón. Ahora son ellos quienes me lastiman a mí”, seguirás repitiendo una narrativa donde tú quedas limpiamente en el centro… y los demás cargan con todo el peso del dolor.
La realidad es que pedir perdón no borra de inmediato las heridas que causaste, ni convierte al otro en villano solo porque aún siente, recuerda o necesita tiempo.
Cuando usas el “yo ya pedí perdón” como escudo, te pones en una posición donde el daño deja de ser tu responsabilidad y pasa a ser “exageración”, “sensibilidad” o “injusticia” de quienes te rodean y es aún más complicado para que lo sabes cuando botas tu responsabilidad diciendo “ahora que Dios lo sabe”.
Y ahí es donde la historia vuelve a empezar:
— Heriste.
— Pediste perdón.
— El otro todavía duele.
— Interpretas ese dolor como ataque.
— Te sientes víctima.
— Y te justificas otra vez.
Ese ciclo no se rompe pensando que el perdón te absolvió automáticamente.
Se rompe entendiendo que sanar toma tiempo… y compromiso, especialmente de quien causó la herida.
Aceptar no te hace débil. Te hace ser humano.
Aceptar que tus actos tienen impacto.
Aceptar que tus palabras dejan marca.
Aceptar que no siempre tienes la razón.
Aceptar que a veces no amas… controlas.
Aceptar que a veces no cuidas… absorbes.
Aceptar que a veces no proteges… asfixias.
Aceptar que a veces no es fe… es una vez más control.
Y no, no lo haces por maldad.
Lo haces porque aprendiste a creer que tu dolor es más válido que el de los demás.
Pero hay algo que quiero que escuches con el corazón abierto:
Quien se aleja no quiere destruirte. Quiere que despiertes y se quiere proteger.
Que despiertes a la responsabilidad.
Que despiertes al amor adulto.
Que despiertes a la verdad que tanto miedo te da:
No eres un monstruo.
Solo eres alguien que nunca aprendió a mirarse sin justificarse y que no sabe fluir sino solo sabe controlar para no sentir miedo y frustración.
Lo que importa es que HOY todavía puedes aprender a hacerlo.
Puedes aprender a regular tus emociones.
Puedes aprender a pedir perdón con acciones no con palabras.
Puedes aprender a dejar de usar tu historia como excusa.
Puedes aprender a amar sin exigir que te celebren o reconozcan todo.
Puedes aprender a relacionarte sin poner a los demás en el banquillo de acusados.
No tienes que seguir defendiendo una imagen perfecta.
No tienes que seguir escondiéndote detrás de tu dolor.
No tienes que seguir usando a Dios como argumento para no hacer el trabajo interior.
La transformación empieza el día que dices:
“Ya no quiero lastimar, ni lastimarme más.”
Ese día —y solo ese día— dejarás de ser víctima de tu narrativa y comenzarás a ser protagonista de tu cambio.
Todavía estás a tiempo.
Siempre lo estás.
¿Y si lo que hoy sientes como rechazo, falta de amor o desprecio… fuera, en el fondo, una invitación a despertar?
A despertar a esa versión tuya capaz de amar con la madurez, la sensibilidad y la profundidad que dices que tienes —y que tal vez los demás no alcanzan a ver porque aún no la has dejado brillar.
Escríbeme si quieres aprender a hacerlo, dime qué quieres aprender y ten por seguro que te responderé con una estrategia para que logres hacerlo venciendo a ese ego que te cuéntame mil razones de por qué no.
Hablémosle a tu corazón para no dañarlo sino sanarlo y démosle a tu mente la estrategia que pueda aplicar con éxito
Afectuosamente
Karla Maldonado Cabieses




Comentarios